Cada cual cumple su día como mejor puede. Cada cual se las apaña a su manera. No hay instrucciones efectivas—aunque muchos las propongan--para ir sobreviviendo día a día. Se vive como se puede con lo que se tiene y se consigue. A toda costa se vive, contra viento y marea o siguiendo la corriente.
Dichosa y atribuladamente se vive, se quiera o no se quiera hacerlo.
No es un derecho la vida sino un deber imperativo. Una imposición, un dictado, una condena—si se quiere--o un don—si se prefiere--, según se la vea como un deleite o un tormento.
La vida, entre tanto, va sucediendo. Ajena a cada cual y sus esfuerzos. Como el raudal de las aguas proverbiales, como el viento—brisa o vendaval—de lo fugaz irreprimible, se apresura y pasa.
Hablan algunos, con razón, del críptico destino, el designo estelar y la lunática fortuna. Han estado siempre a mano, por lo demás, los dioses que lo explican todo—hasta lo más inexplicable—según convenga.
Los más optamos por adoptar los dogmas que los demás adoptan y acatamos lo que los más acatan. Que es un modo de cumplir los días lo mejor que se puede. Un modo seguro de apañárselas con el enredo que uno mismo y los demás hacemos de la misteriosa y agridulce vida.
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